viernes, 19 de diciembre de 2014

LOS CINCO MIL DEDOS.


Cinco mil son los dedos que el Dr. Terwilliker ha reunido para que toquen en su monstruoso y sinuoso piano de dos pisos.
Vi esta película hace más de cincuenta años y siempre he recordado el terror que me produjo aquel piano. Ahora, al volver a verla, he recuperado muchas cosas que había olvidado y, sobre todo, he comprendido por que se me quedó grabada.

A un niño de diez despiertos años, nada puede aterrorizarle más que la amenaza de que tendrá que hacer, durante toda su vida, algo que detesta. Y así empieza la película. Con la amenaza materna y del profesor de piano de que practicar con el teclado es algo que tendrá que hacer cada día de su vida.
Por si fuera poco, hay, desde el comienzo, muchos elementos de terror: pantallas-Gran-Hermano, que garantizan la vigilancia omnipresente, alambradas electrificadas, escaleras sin fin, pasillos angostos, alturas vertiginosas, sótanos con calabozos y verdugos torturadores, vigilantes, perseguidores, un fontanero amigo que traiciona a las primeras de cambio y hasta una madre hermosa pero hipnotizada por el malo con quien va a casarse. Todo un muestrario del terror. Y está el piano-cadena. Amenaza monstruosa en sí misma.
Claro que también hay regalos impagables para la imaginación infantil: La película tiene un ritmo imparable. Incluso los números musicales están llenos de movimiento y color, de un vestuario delirante y de instrumentos que no lo son menos. (Impagable el concierto de músicos prisioneros. Impagable el número del Dr. T y el fontanero.) Hay una camiseta que se convierte en paracaídas, un amigo fontanero-inventor capaz de compartir fantasías, hacerse hermano de sangre y dispuesto a casarse con la madre guapa. Hay estratagemas y escapatorias, curiosidad y unos bolsillos-contenedores que incluyen casi todo lo necesario para absorber el sonido a voluntad y, finalmente, construir una bomba atómica con la que escapar del poder del malo. Se nota, claro está, la mano maestra del productor Stanley Kramer, que no en vano dijo "I tried to make movies that lasted about issues that would not go away."
La película es del año 1953 (recién estrenado el "Technicolor") pero Stanley Kramer cumplió su palabra y por eso ayer, en el Espacio B de Madrid, pude volver a ver la película que tanto me impactó siendo niño. Gracias a Espacio B y a Pablo Manzano y María Gallardo, programadores del ciclo "Unseen Cinema", que antes se proyectaba en la facultad de Bellas Artes y que ahora tiene programados otros dos jueves de cine el 15 y el 29 de enero de 2015 en el local de la calle Buenavista. El precio es libre, lo que también es de agradecer.

No hay comentarios: