miércoles, 22 de febrero de 2017

OPERACIÓN VÍDEO_48


     En el viaje que hicimos a París, visitamos el cementerio de Pére Lechaise: afortunadamente no encontramos la tumba de Julio Cortázar, lo que me hace pensar que probablemente el tren sigue su trayecto y que, quizás, algún día me sea dado retomarlo.

     Mario, Mario, Mario, repito tu nombre y me atrevo a hacerte esta prosaica confesión: oírte de nuevo me ha emocionado. A menudo me he preguntado por qué no nos hemos entendido cuando nos vemos cara a cara, parece que estamos condenados a una comunicación exclusivamente epistolar. Siempre ha habido tensiones extrañas en nuestros encuentros y los hilos que en ocasiones hemos establecido a través de las cartas han quedado súbitamente cortados por la agresividad que caracteriza nuestros encuentros frente a frente.

     Esta desigualdad entre los diferentes momentos que se viven en una misma relación me desconcierta. Parece que a partir de un determinado momento en la vida o a partir de una edad, si tu quieres, se nos fuera negada la deliciosa miel del abandono. Con la pérdida de esta capacidad perdemos infinitas posibilidades, entre ellas la de vivir aquellos momentos intensos de intimidad con los demás, que vivíamos en la adolescencia y que a mí, particularmente, me llenaban de una sensación inefable de plenitud.
     Bueno, en realidad intentaba explicarme a mí misma las razones de esa agresividad que se desencadena entre nosotros cuando nos vemos, pero probablemente sea algo más complejo lo que explique esa agresividad o quizás no hay explicación alguna: salgamos pues del laberinto. Me gustaría hablarte de Pueblo, me gustaría explicarte todo lo ocurrido hasta ahora, pero si lo intento estoy segura de que no podré evitar el fácil recurso del recuento. Haría una enumeración de los hechos (Sergio aprobó oposiciones, yo aprobé oposiciones, etc,) y al final me daría cuenta de que no hablé de lo esencial, pero ¿cómo llegar al corazón de las cosas? ¿Cómo explicar los hechos sin perdernos en la superficial epidermis de la anécdota?
     ¿Si te digo que Pueblo es el infierno ¿te lo creerás? Pero no, tampoco es eso: Pueblo no es el infierno, yo soy el infierno. Esta no es una afirmación melodramática sino trágica y lo es porque sólo puede ser eso. No tengo manera de suavizar algo que no puedo explicarme. Durante estos meses no he podido evitar hacerme constantemente esta pregunta. Pensaba ingenuamente que debió haber un momento en el que se inició la caída, intentaba localizar ese momento pero lo cierto es que no descubrí momento alguno sino que mi memoria no supo reproducirme de otra manera que cayendo y esto me ha hecho pensar q ue el descenso al infierno se inició con mi salida del útero materno.
     Tú también debes tener en estos momentos tu infierno particular, lo supe cuando dijiste que esta tarde te habías escondido entre las sábanas y ahora te intentabas convencer a ti mismo de la necesidad de salir de ese refugio de doble cara: tan hermoso en algunas ocasiones, tan infernal en otras.
     Escríbeme, escríbeme una carta larga, larga, por favor y cuéntame … Exquisita y filósofa, mujer, clave de arco de cinco personajes que se desencuentran, perdóname la carta tan larga, larga, que te he escrito. Es hora ya de poner fin al intento. Ya puedes, lector, cabalgar por ti mismo. Sírvate de explicación una cita del viejo Epicuro: “Todo lo que hacemos persigue un fin: la supresión del dolor y del miedo.”


                                           - FIN-

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