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martes, 28 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_27


      Antes de que yo pudiera tomar una decisión, antes siquiera de tener completa la postproducción, Severo decidió hacer acto de presencia. Vino él de motu propio. Claro que no sabía, todavía no lo sabe, que venía a las páginas de “Operación Vídeo”. Para él el viaje tiene otro propósito bien distinto. Encuentros en el Círculo. El Barroco y su doble. Debate internacional. 30 y 31 de Mayo 1.990. El Barroco “histórico” con sus juegos retóricos, su visión de un espacio infinito, su gusto por la ilusión y la experiencia formal, su comportamiento como poderosísima máquina de la representación, parece ser una época próxima a la nuestra, que algunos definen como neobarroca. Analizar los grandes modelos barrocos -formales, retóricos, científicos, etcétera- puede ser la forma de esclarecer e interrogar las supuestas simetrías que recorren ambas épocas. Más que constatar un regreso o una repetición nos interesa entrar en la selva de procedimientos que articulan la cultura contemporánea y deciden sus estrategias de representación. Tal es el proyecto del presente Encuentro. Firmado Christine Buci-Glucksmann y Francisco Jarauta. Directores del Encuentro. A eso es a lo que pretendidamente viene Severo. De entre una larga lista de curriculums apabullantes, saco el suyo que no lo es menos. Severo Sarduy. Es escritor. Nacido en Cuba, reside en la actualidad en París. Ha publicado, entre otros, los siguientes títulos: De donde son los cantantes (1967) Cobra (1972) Big Bang (1974) Barroco (1974) y Maitreya (l977). Recientemente ha sido nombrado director literario de Gallimard. Casi nadie al aparato. Y menos mal que me enteré a tiempo. Llevo ahora quince días encerrado, escribiendo contra sueño y hambre. Tengo que acabar de una maldita vez. Tengo que llegar a tiempo. Tengo que llamar a L.A. Tengo que conseguir una entrevista. Tengo que entregar el mamotreto. Tengo que llegar. Tengo que llegar.

                                               CONTRAPORTADA



      
     Esta novela fue entregada en mano, algún día de la semana que viene. Severo Sarduy la recibió con benevolencia. La impulsó con su aliento y la hizo recorrer, en los meses próximos, todos los secretos vericuetos por los que una novela se desliza desde el despacho editorial hasta las fauces de las impresoras chorreantes de tinta.
      
     Se terminó de imprimir el día X de X de 199X, festividad de San lo que sea, en los talleres Tal y Cual de la ciudad de Y.
      Se vendió en el establecimiento (Ponga aquí el sello de su establecimiento).
      Y queda en propiedad del lector D. (Ponga aquí su nombre).
      Eso es todo. Hasta luego, lector.

lunes, 27 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_26


      El motivo de esta carta es claro para usted, pues acompaña al típico mecanoscrito del típico novelista primerizo.
En ese sentido, pensé que con unas breves líneas más o menos formalistas, sería suficiente. Y así lo hice. Escribí esas pocas líneas con un estilo meramente informativo. Releyéndolas, me di cuenta de que no era eso exactamente lo que yo necesitaba decirle.


      Este es el quid de la cuestión ¿Qué necesito yo decirle?


      Permítame señor Sarduy a estas alturas de la misiva, hacer una disgresión. En realidad la primera idea es la que vale. Me explico: si lo que yo intento es conocer su opinión acerca de mi novela y sus posibilidades de publicación, con una corta y correcta carta bastaba. Es obvio que usted recibe habitualmente originales y sabe de sobra qué es lo que se espera que usted haga con ellos.
      Por otro lado, no tiene sentido que yo me explaye ahora hablando de “Operación Vídeo”, porque es la novela la que debe hablar por sí misma. El círculo se cierra. Volvemos al principio y la primera idea es la que vale. Sin embargo …
      Me niego rotundamente a que este primer contacto sea puro formalismo y sobreentendida petición. Polo, Leopoldo Alas, ha definido las ochenta páginas que le envío, como un delirio. Es cierto. Pero un delirio dirigido hasta donde es posible hacer algo así. No voy a negar que me interesa sobre todo la publicación de la novela. Que de la posibilidad o no de hacerlo depende, en gran parte, mi planteamiento del próximo futuro, y que mi ego espera ansioso un SI. Pero también sería absurdo tomar a la persona por su función y limitarme a utilizarla. ¿Escrúpulos ñoños? Posiblemente. En cualquier caso prefiero pecar por mis propios errores que pagar por los del formulario.
      Dicho esto y calmado mi prurito tengo todavía algunas otras razones para no enviarle una carta estricta: primera; me motiva y surribeya escribir a un escritor. No lo he hecho nunca y las ocasiones hay que aprovecharlas si admitimos -pour qua pâs- la posibilidad de que usted no conteste, o, más probable aún, que mi novela no sea de su gusto, o que incluso gustándole, no vea la oportunidad de su publicación, la ocasión es única. Razón de más para no desperdiciarla.
      Otra de mis razones extra, es una duda tormentosa: ¿Qué va a pensar usted de alguien que se dice escritor, amigo de un amigo, que solicita un favor y que por toda presentación se limita a escribir unas frases de circunstancia? Pues eso.
      Por último, mi amistad con Polo, si bien escasa en el tiempo, me obliga a tratar a sus amigos dignamente, evitándoles el trance de los “Adjunto le remito”, “Me permito distraer su atención”, “En espera de sus noticias”, “Con los atentos saludos” y otras lindezas por el estilo.
      Aclarado todo lo que había que aclarar, debo hacer constar que si por mí fuera o fuese, podría seguir escribiendo folios y más folios. Reconozco también que su tiempo es oro y que el asunto no merece desperdiciar ni mucho ni poco de ninguno de los dos.
      Por expreso deseo de Leopoldo le hago llegar sus saludos y buenos deseos y quedo de usted pendiente en la dirección que más abajo le indico. Literariamente suyo:
…………..
      Estas, y cien cartas más como estas, he llegado a escribir. Cartas sin destino porque, como yo sospechaba ciegamente, nunca llegaron a enviarse.

domingo, 26 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_25


               Estimado señor Sarduy;
      El ordenador en el que le estoy escribiendo todavía me domina. Pero será por poco tiempo. Dicho esto como excusa de introducción, vea usted el motivo de la presente, que diría un clásico popular.
      Un amigo común, Leopoldo Alas, me ha facilitado su dirección y me ha recomendado, encarecidamente, que le haga llegar una copia de mi novela “Operación Vídeo”.
      Como autor primerizo que soy, comprenderá usted la importancia que tiene el asunto: es decir, poca. A pesar de eso, mi ilusión es mucha. Y tampoco quiero ocultarle que, dependiendo de la publicación o no de la novela, voy a plantear de nuevo mi futuro profesional.
      También por consejo de Polo, he hecho llegar una copia a Fulanito de Tal de la Editorial Tal.
      Si usted puede dedicarle un mínimo de atención a las ochenta páginas que le envío, y hacerme llegar su opinión sobre la posibilidad de publicación, cuente de antemano con mi sincero agradecimiento.
      Le envío saludos de Polo y quedo a la espera de sus noticias.


                Estimado señor Sarduy:
      Me dirijo a usted por consejo de un amigo común: Leopoldo Alas.
      El motivo, como ya ha podido comprobar, es enviarle este primer mecanoscrito de mi novela “Operación Vídeo”. Y el fin del envío, también obvio para usted, recabar su opinión respecto a la misma y las posibilidades de publicación.
      Siguiendo de nuevo el consejo de Leopoldo, he hecho llegar una copia a Fulanito de tal de la editorial tal de Málaga.
      Si desea hacerme llegar sus comentario, hágalo, por favor, a la siguiente dirección: ……………
      Le envío cordiales saludos de Polo y quedo a la espera de sus noticias.


Sr. D. Severo Sarduy
Calle La que Sea, n.º X
P A R I S - 7 -


      Estimado señor Sarduy: créame en mi vida he escrito muchas cartas. Por oficio y por afición. Esta que ahora escribo es de las más difíciles. Voy ya por el tercer intento y no acabo de ver el final.
Antes de seguir debo aclarar que me dirijo a usted, no por las buenas, o porque si, sino por consejo y guía de un amigo común que me facilita su dirección. Leopoldo Alas.

viernes, 24 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_23


      La segunda propuesta conocida, mantiene la tesis del soliloquio. Arriesgada pero plausible. Exige una segunda lectura del libro. Exige, lector, que te mentalices. Ponte en situación. El autor regresa del entierro de su madre. Vuelve a la vieja casa familiar, que hace años que no pisa. Los recuerdos le asaltan y tu te saltas el segundo capítulo. El tercero es un viejo cuaderno encontrado, como no, en el fondo de un baúl en la buhardilla. El capítulo cuarto es una regresión a su mundo habitual en la ciudad. Y el quinto la foto de la prima Angélica. Ya puedes empezar a releer. La novela está servida, señor. Y cuando acabe, no olvide el señor regresar aquí y comenzar a leer el párrafo siguiente que contiene, como no podía ser menos, una nueva propuesta de novela, desconocida ésta para el lector, que se verá arrastrado a su lectura en forma violenta e ineludible, en cuanto acabe de leer este párrafo que le ha dejado con la lengua fuera.

      Dedicada a A.H., y seguidores, que no andan faltos de verdad, sino de fe. Corta todo lo que no sea autobiografía y referencia de realidad inmediata. Preproducción y postproducción son aposturas y apostillas. Vergüenza me da decirlo, pero es así. Tú puedes tomártelo como te dé la gana, pero no hay más que eso. Recuerdos y periódicos. Y ganas de pasarlo bien. Si alguna vez se te ha pasado por la cabeza escribir una novela, toma tu referencia con lo que has leído y concluye que tú puedes hacerlo mejor. No hay duda. A la vista de lo que hay, cualquiera con dos dedos de frente puede ser escritor. No lo dudes, chaval, te prometí un camino iniciático, y aquí lo tienes. Agarra algo que escriba y algo donde escribir. Ponte a ello. Para ti acaba Operación Vídeo y empieza El-sábado-que-nunca-se-acaba. Que así sea.

      No creo que a estas alturas, con tres propuestas de novela en firme y lo que queda, que no es poco, el Editor tenga dudas. Esta novela da mucho de si. Sí, claro, porque es de un calvo. Pues si es calvo, lo tiene claro. Mucho. Sí, esta novela da mucho de si. Tanto que hay quien mantiene, vaya usted a saber por qué, que Operación Vídeo es una novela hermética. Claro, las veladas alusiones al nominal de la flor que sale del capullo de rosa, y las ausencias de Bembos y Abulafias, son datos que lo demuestran. Si se buscan con decisión y claridad de ideas, con una lógica de fraile medieval, con la fría determinación de un investigador de tesis doctoral, si se buscan así, entonces está claro que aparecen. Faltaría plus. ¡Cómo iban a poder resistirse esas débiles claves a la metódica escrutación de un sicolingüista cenital! Todo clarito y sobre la mesa. Con sus implicaciones y ramificaciones. Las influencias, plagios y tergiversaciones. Todo a la luz de lo oculto. Todo bajo el manto de Trismegistófeles. Vayamos por partes. El Método es el Método. Capítulo Primero. Sentido homenaje a la leyenda de San Proust de la Magdalena. Pero en corto y sintético. Abreviado para despistar. Capítulo Segundo. Nombre Clave: Jaimón de Irlanda. Filenames: James Rolls-Joyce, la biblia de la prensa en sus distintas secciones, vistas por un publictario, lejos de Dublín y olvidado de los Dublinesers. Operación de transvase de lenguajes, cómic y vídeo. Capítulo Tercero. Bajo la doble advocación de Machado y W. Withman. Homenaje encubierto a todos los poetas emboscados en los concursos de provincias. Capítulo Cuarto. Con mucho el más difícil y desdibujado. Homenaje a Cervantes que también se metió en camisa de once varas. Las once varas son símbolo inequívoco de los pinceles a los que se refiere el capítulo. Nuevos experimentos de lenguaje vídeo. Y el quinto y último, es una apología de la gran serpiente cósmica. La grande y dulce anguila de mazapán que se presenta con nombres de mujer.

martes, 21 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_22


      Escribir es un compromiso. ¡Y lo digo yo, que apenas lo he probado! Pero preguntar a Sir Cela por su cuarto oscuro. Escribir es un brete del que nunca se sabe cómo se va a salir, ni siquiera si se va a poder salir. Digo escribir como podría decir pintar, o hacer fotos, o cine, o vídeo, o música o cualquier otra cosa en la que un proceso de creación se ponga en marcha. Porque una vez que se ha puesto en marcha impone sus propias normas, dicta sus leyes y caprichos con igual autoridad y se convierte en la misma clase de monstruo que la mujer que amamos. Es más plasta que la familia, más grosera que el jefe y más tacaña que la empresa. Más tirana que una abuela paralítica, más frígida que una chacha del Opus y más tenaz que la propia sombra. A cuaquier sitio donde vayas, irá contigo. La llevas dentro de ti. Es indejable. Y lo más grave es que no sabes bien qué es ni en qué consiste. ¿Es un capricho? ¿Es un vicio de Salicio? ¿Es un prurito egocentrista, una huída de la vida, una necesidad profunda de que los demás nos reconozcan y aprecien, una carencia afectiva, una vocación profunda, un destino ineludible, un sueño imposible, una aventura loca, una vía de realización, un camino de Itaca, una profesión, o es la vida misma que entra por los poros y sale por la punta de los dedos? ¿Y cual es el propósito, el destino final de todo ésto? ¿Durará mucho o será pasajero? ¿Gustará, o se quedará en agua de borrajas? Me temo que al Editor no le van a gustar nada estas preguntas. Va a pensar que son un pésimo síntoma de inmadurez. Que no tema el ínclito. Mario Alfares lleva casi veinte años ganándose la vida con esto de escribir. Y le pagan bien. Por eso precisamente tienen sentido las preguntas. Porque no son suyas. Son las preguntas eternas que todo acto de creación concita. Son la señal inequívoca de que estamos en el buen camino. Ahora sólo faltan las respuestas.


      El-sábado-que-nunca-se-acaba se ha hecho extensivo a toda la semana. Digo con Krae que no distingo el lunes del domingo. En esta sala oscura sólo parpadean las luces de los monitores. Incansables pasan una y otra vez las secuencias. Autoreverse/reverse. Rewind y Forward. Pero choose yourself. Ya te hemos adelantado dos versiones en firme. 
Rememberemos:
La primera propuesta sostiene que Operación Vídeo se gestó en el Café Gijón. El autor declara que fue allí a escuchar conversaciones de las mesas vecinas, aunque con preferencia por una en la que tenían su tertulia diferentes personajes que van desfilando a lo largo de la obra. El autor se habría limitado a recoger las conversaciones, montándolas a su gusto y manera, entremezclándolas con las lecturas que se veía obligado a fingir mientras escuchaba. Sólo tiene un error subsanable esta lectura. En la preproducción no se incluye para nada un Café Gijón. Ve a la Preproducción e inclúyelo, lector. Acabas de terminar tu novela.

lunes, 20 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_21


      A L. A., no hubo que explicarle nada. Ni sobre el título, ni sobre el autor, ni siquiera sobre Exquisita. No hubo que decirle tampoco que C., M.L., don Pascual y Exquisita convivían en un jardín de Villalba. Que allí nació el libro. Que por eso todos ellos eran planteamiento, nudo y desenlace. Por presencia, por ausencia o por alusiones, que eso lo mismo da que da lo mismo. Lo que importa es la esencia y qué será el ser.

     L. A., estuvo cordial y encantador. Y si otras veces hemos recurrido a la atracción misteriosa, para explicar las concatenaciones de hechos que no somos capaces de explicar por otros medios, aquí debemos de nuevo recurrir a ella. La poderosa fuerza que genera el acto creativo. ¿Os habéis fijado que, alrededor de unos cimientos en construcción, siempre hay personas paradas, mirando? ¿Os habéis fijado en el espectáculo de una mujer embarazada, o en el de un escultor tallando? Donde hay creación hay expectación. Aquello que está brotando surge con una fuerza ignota e irresistible que conquista voluntades. No hay otra forma de explicar cómo Operación Vídeo llegó a las manos de L. A., y cómo L. A., llegó a las páginas de Operación Vídeo. Ninguno de nosotros, absolutamente ninguno de los participantes en este proyecto, teníamos ni la más remota idea de que él existiera. Por supuesto conocíamos su apellido famoso, pero eso es obligación de bachiller y no aporta nada. Como tampoco aporta decir que alguno había leído la superfamosa obra del antecesor. Ya lo hacen hasta en Corea. Y los que no la leen, se la tragan en plan culebrón televisivo. Nada, Ni el más leve roce nos había puesto nunca en contacto. Pero ya es tópico que, una vez en el camino, el camino se llena de encuentros. Y lo que hay que resaltar aquí es la absoluta gratuidad de esos encuentros. Claro que tu puedes pensar lo que quieras. Para eso la novela es tuya.
 
      Ya sabemos que hay una cierta oposición a los paréntesis, pero mire usted por donde a mi me apetece abrir uno. Ahora mismo. Aquí. (Creo que esto no da más de sí. Descargad vuestras culpas; el final se aproxima. Cada línea, cada frase, me está costando horas. Semanas enteras esperando. Esperando sin saber muy bien qué es lo que hay que esperar. Lo que queda de aquí al final, está claro. Para la parte interna, para la trama, tan sólo hay que montar la segunda parte de L. A., que enlaza con Severo Sarduy, y él se constituye en el punto y seguido que marca el final de la trama. Para la parte externa, es decir las instrucciones de uso y montaje, tan sólo hay que hacer una exposición global de las diferentes alternativas, y dejar el campo libre al lector. No parece difícil. Pero pasan las horas y los días. Pasan las noches en vela, las malas comidas, las siestas a destiempo, el teléfono descolgado, el fregadero lleno de restos, los dientes sin lavar, las duchas esporádicas, todo eso y todas las demás cosas cotidianas, pasan y nada de lo que espero sucede. Intuyo, además, que en una segunda novela será peor, y peor todavía la tercera y la cuarta, y todas las que vengan, si es que vienen, traerán peores consecuencias. No me arriendo las ganancias. Y dudo. Claro que dudo. La mayor y la menor. Disfruto. Claro que disfruto escribiendo. Esto es lo mío. Lo he sabido desde siempre. Desde que, al nacer, nada más verme, mi madre le dijo a mi padre: Mira. Mi padre me miró con atención y no debió ver nada raro, por lo que preguntó cándidamente, ¿Por qué lo dices, mujer? A lo que ella contestó, sabiendo muy bien lo que decía: ¿No oyes como llora? ¿No ves el hambre que tiene? Eso es que será escritor. Claro que escribir es una gozada. Todavía no es así, pero estoy seguro que llegará el día en que preferiré escribir un buen párrafo a echar un buen polvo. Y con todo ésto, lo creas o no, lector intruso, trato de darme ánimos.

domingo, 19 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_20


      Tampoco tiene mayor importancia que en Estambul haya encontrado la paz. Ni que haya perdido a mi pequeño amor. En el viaje de vuelta sólo me ha acompañado una piadosa figurilla de bronce con un lector del Corán. Bien podría haberos contado mi historia hablando en tercera persona. Como si le hubiese pasado a otro y no a mí. Contaros que recorrieron las calles de Barcelona, para matar el tiempo entre trasbordos. Cogidos dulcemente de la mano. Como dos niños perdidos. Como dos extraños en territorio extranjero. Que llegaron al Zurich, en la cabecera de Las Ramblas y se sentaron a compartir mesa con un extraño. Que abrieron sus libros y se encerraron en la lectura como esas parejas que llevan ya tanto tiempo juntos que no saben qué decirse, porque ya se lo han dicho todo: hola y adiós. Así fue y no de otra manera. En silencio llegaron a Madrid un sábado por la mañana. En silencio se besaron y se despidieron. Tal vez dijeron algo. Tal vez te llamo dijo ella. Y tal vez él asintió con un murmullo inteligible. No importa, ya digo, de lo que no se puede hablar es mejor no hablar, ha dicho el sabio. Y, por lo que yo sé, a los que se quedaron aquí tampoco les ha ido mejor. Olvidémoslo. Olvidemos el grito y el desgarro. Olvidemos todo lo que ha sucedido desde entonces y volvamos al punto muerto donde está la solución. ¿Qué tienen que ver Villalba, don Pascual, C. y M.L., con Operación Vídeo?

      M., y T., Ns/Nc. Otros que tal baila. M., dice que tiene notas tomadas al margen, pero lo que son las cosas, un día por una cosa y otro por otra, al final es verdad que el roce hace el cariño y la distancia es como el tiempo. Nos cuesta hacernos a la idea, pero el mundo se acaba apenas traspasamos nuestras propias narices. Y más allá de esa barrera no hay nada que nos interese. Somos el producto de nuestros fracasos y hay quien sólo tiene uno. Un enorme fracaso primigenio. Anterior a ellos mismos. Un destino fracasado de antemano. Porciones de vida hechas con la materia de un agujero negro. Se puede ir al cine, montar en bicicleta, acudir cada día puntual al trabajo, tener migrañas, tener hijas y hacer el ganso en las fiestas de fin de año. Se puede ser todo eso y ser materia de agujero negro, así que tampoco es para tanto. Un poco más, y todos seremos materia de agujero negro. No hay por qué darle más vueltas al asunto.

      Las que se van por las que se vienen. L., fue mucho más listo que todos los demás. A estas alturas no puedo asegurar que L., haya leído Operación Vídeo y sin embargo, si el invento llega a tus manos, lector, será en un gran porcentaje debido a la inteligencia de L. L., es casi joven, casi viejo. Profesional reconocido. L., tiene un humor zorro, brillante y cáustico. L., tiene muchas cosas envidiables: inteligencia, buen gusto, economía saneada … L., es muy puta. Por eso, seguramente, L., ni siquiera terminó de leer el mamotreto. Hizo lo que hacen las personas inteligentes: le paso el muerto a otro. Claro que la crítica de L., era comprometida. A fin de cuentas, la convivencia cotidiana es un compromiso. Por eso, lo que hizo fue mucho más productivo que un comentario, por muy atinado y profundo que hubiera sido. L., paso el mecanoscrito original a L.A., Y L.A., marca el principio del fin de esta historia.

jueves, 16 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_19


      Y no importa que las alfombras hayan sido sustituidas por verde moqueta de oficina, porque los vitrales y las celosías tienen el color y la forma exactas. Y la mezquita mira a La Meca, hacia la gran piedra negra, en torno a la cual rezan los peregrinos. Interiores de arabesco y lacería. Y la sutra del Corán ciñe las paredes bajo la cúpula. Hasta siete veces siete sellarás tus oídos y tus labios a las palabras profanas. Bajo los nombres sagrados de los sucesores del Profeta. Ahora llueve porque Alá lo quiere y si has caminado tanto que tienes la frente cruzada de sudor, el agua de Alá sabe a fresca bendición que tú, peregrino de todas las colinas de Bizancio, agradeces en el fondo de tu corazón. Quisieras ahora no llevar en el bolsillo esas cuentas bastas y enfiladas que has robado en la mezquita. Te queman en la mano mientras la lluvia mansa empapa tus cabellos. Otra colina. Otro cementerio. Otro descampado lleno de gatos, basura y balidos tristes de cordero atado. Un caballo suelto busca su establo asustado por el griterío de los niños que, en realidad, corren tras la cometa. En otros barrios, otros niños arrastran otra cometa. Desde lo alto de esta colina, el cielo aparece surcado de cometas. Cuatro, Cinco, diez vuelos ligeros, temblorosos, sujetos al ovillo de lana trenzado sobre un palo. El tontito de baba y apoplejía corre al frente del grupo. Los otros le siguen y se ríen de su risa boba. Tiembla la cometa, tiembla el cielo y tiembla la mano del fotógrafo, mientras posan los rapazuelos felices entre la mierda estancada en la acera de este Gólgota ignorado y cotidiano. Llueve otra vez y el agua empuja al transeúnte hasta el mostrador donde sirven cerveza sin enfriar. Al fondo, el cocinero pica cebolla y el rítmico golpeteo del cuchillo sobre la tabla parece seguir el ritmo de la música. Por la puerta entornada se cuela un frío húmedo que viene del mar. Tras el frío entra el mocito de la bandeja del té.

      Y cuando sale, la bandeja vacía sirve de improvisada cornisa bajo la que resguardarse de la lluvia. Un cliente piadoso sale y cierra la puerta. La música entonces cobra vida dentro del bar. Inunda las mesas y el aire. Rebota en las paredes y golpea contra las cristaleras que dan a la calle. El hombre que canta, emite un sonido sostenido, lastimero y penetrante. En su garganta, moldea los finales de cada frase con una lacería inimitable. Llueve suavemente pero sin piedad sobre los viandantes. Sobre las gallinas que picotean en el descampado. Sobre los escombros de una casa caída. Sobre la basura acumulada durante semanas en el centro de la calle. Sobre las palomas egoístas que se disputan el alero. Sobre los sucios gatos. Sobre todas las colinas de Istambul llueve y la ciudad vuelve al mar. Vuelve al agua a la que siempre perteneció. No hay salvación posible. Las paredes de mortero, los adoquines de las cuestas, las aceras, el fango del fondo de los charcos, bajo los coches aparcados en  equilibrio inestable, en los cascotes en los que es fácil tropezar, en los escalones que bajan a los comercios situados bajo el nivel del suelo, en las piedras que los niños se arrojan inclementes. Allí donde no es lógico encontrarlas, están las conchas marinas. Todo Constantinopla es cascajo marino. Amalgama de fango y restos calcáreos. Valvas de todos los tamaños, enteras, partidas, trituradas o reducidas a polvo, dan consistencia al cemento, arman el hormigón y se incrustan en la brea. Son el esqueleto real que sostiene la ciudad. Desde lo alto de las colinas hasta la orilla del mar, los edificios, las aceras, las tapias y todo lo que es construcción, no es sino fango marítimo y valvas. Por eso el mar reclama sus pertenencias. Quiere que la ciudad vuelva a su origen. Al fondo marino de donde salió. Y si es cierto que el poeta tuvo alguna vez Asia a un lado y al otro Europa, nunca pudo ser cierto que, allá a su frente, estuviera Estambul.

martes, 14 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_17


      Ya no me molaban ni las dunas ni el paseo marítimo, ni las coquinas ni na. La mañana siguiente me levanté follao, como si me hubieran puesto un cuete en el culo, desarmé la tienda, la eché en el coche y me aburrí como un pulpo en to el camino de vuelta. Pa acabar de joder más la marrana, llegué a Madriz na más empezar la Semana Santa y todos los colegas se habían dao el piro o estaban chapaos en casa, así que muermo que venía yo y muermo que estaba el caldo, que muermazo más total. Pillé una caja de latas de cerveza, me enrosqué en mi queli y me puse ciego de priva. ¡La Hostia que ciego me puse! Como un piojo. Pero ves, tío, como yo no me como el coco, pues llegó el lunes y dije, ya estoy hasta el moño de tanto muermo. Me voy pal curro. Total, peor que esto no va a ser. Como dijo el otro, puesto el culo a las goteras, que llueva lo que quiera.




      Creo que no se trata de comerse el coco más o menos, se trata de saber qué nos ha traído de vuelta. Qué fuerza superior nos ha empujado de nuevo hasta esta habitación. Así que, oídme todos, no importa que creais en ello o no, no importa que cada uno de nosotros achaque su vuelta a cualesquiera oscura razón. Lo único que debe importarnos ahora es seguir adelante. Descubrir el camino futuro. Aunque para eso tengamos que seguir revolviendo en el pasado. Sé que hemos vagado sin rumbo, huido con imprecisión o creído que podíamos olvidarlo todo y descansar. Sé que los días que siguieron al alarido colectivo, estuvimos todos bajo la influencia de algo extraño. Algo desconocido que puede adoptar las formas más dispares. Una enfermedad, un hastío sin fin, o la amargura de la felicidad, como es mi caso. He huido, como todos, aterrado. He cogido un avión y he llegado a Estambul. He creído que estaba lo suficientemente lejos como para sentirme tranquilo. He compartido el viaje con un pequeño amor, y he creído poder olvidarme de todo.

      He subido a las colinas de Istambul y he visto el Cuerno de Oro, abajo, brillando entre dos nubes. He bajado hasta la orilla y he visto las colinas, arriba, brillando entre dos nubes sus perfiles minaríticos. He atravesado las calles de la miseria y los mercados repletos de verdura. Me he impregnado del olor a especias y carne de cordero crepitando en las brasas. He compartido mi mesa con dos policías y he llenado el estómago con un plato de judías. Sentado frente a un té, rodeado de bigotes, que se mueven al ritmo de palabras que no entiendo, he oído su música. Los sonidos de la radio, a mis espaldas, también incógnitos, me envuelven y ya nada es igual que antes. Ya no hay más he. No más yo. No más de dentro a fuera. Son sus voces, olores, sabores y colores. Suyo es el póker interminable y las risas. Y no extraño nada. El pedigüeño que echaron del comedor, entre risas compartidas, ha conseguido un cucurucho de algo comestible y atraviesa el tráfico sin mirar a ningún lado. Desde sus ojos, los ojos de los que me rodean, no soy nada. Sólo un extraño que escribe en un rincón. Una partida se deshace y otra comienza en la mesa de al lado. Alguno de los jugadores repite. La melopea de la radio peremniza sonidos de cuerda y flautas. Tres cabecitas peladas pegan la nariz al cristal y hacen sombra con la mano para ver al interior. Ya ni siquiera soy testigo. Los gestos son tan cotidianos que no necesitan fedatario. La vida no existe. Es sólo una sucesión inocua de gestos sin trascendencia. Y tampoco tiene sentido imaginarla. ¿Por qué imaginar lo que ya existe? ¿A cuento de qué imaginar que las caras son lo que son? No hay nada más que hombres jugando una partida de cartas después de comer. Si las sonrisas de triunfo están lastradas de dientes de oro, es sólo porque la cultura, la tradición, la costumbres, así lo exigen.

lunes, 13 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_16


      Yo todavía era feliz. Estaba en la matriz. Al día siguiente Queca tenía un exámen. Tim y yo subimos al monte que ahora es un museo de la ciencia y que yo recordaba había sido un camping. Luego dimos un paseo por la ciudad y compramos libros. Tomamos un vermut y nos fuimos a esperar a Queca al bar del muelle. Una mañana redonda. Decidimos ir a comer a Santiago y Queca condujo por la carretera antigua. Cantábamos, hacíamos bromas. Era una bonita camaradería. Seguíamos siendo felices. Hasta que llegamos a Santiago. ¡Meigas, bruxas y demos! No sé que fue lo que me corrió por el cuerpo. Imagínate la sacudida de un orgasmo negativo. Algo que te paraliza y te vacía al mismo tiempo. Ya no pude ni comer. Y a partir de ahí, la fiebre subiendo sin parar, sudores, tiritonas, sed, diarrea continua, espasmos, vómitos. Queca y Tim, y creo que hasta el bonsai, se desvivieron por atenderme. Hasta un par de amigas de Queca, que comparten el piso con ella, se sintieron preocupadas por mí. Ya sé que ésto no viene a cuento, pero a veces un detalle sin trascendencia nos hace ver la escena en toda su profundidad. Fue entonces, en medio de la fiebre, del mareo y el frío cuando lo comprendí todo. Tenía que volver a Madrid. Tenía que acabar lo que había empezado. La huida había terminado. Al día siguiente, enfebrecido aún, subí al coche y no paré hasta llegar aquí. Fue un viaje duro, agotador. A medida que avanzaba por la meseta, me iba adentrando más y más en el invierno. Cerca ya de Madrid, atravesé puertos con nieve y la tormenta no iba a parar en toda la noche. Era el auténtico regreso. Volvía al frío de donde había salido. Permanecí aún tres días en cama, con la boca llena de calenturas y los labios desgarrados por la fiebre, pero yo sabía que lo peor había pasado ya. Esto no eran más que simples secuelas. Yo había intentado huir y algo muy poderoso me lo había impedido. El aviso era inequívoco. Tenía que seguir aquí y acabar lo que me había comprometido a hacer. Así de claro es y no hay más que contar.

      ¡Hay que ver lo mal que se lo montan algunos! Ellos solitos se lo componen a su manera, y de lo más tirao, de una cagalera, van y sacan un folletón. ¡Si no os comierais tanto el coco! Lo que pasó o dejó de pasar está más claro que el agua. Ninguno quiso tragarse el marrón y todos salimos de naja. ¿Y qué queríais, que nos hubiésemos quedado allí, apechugando con aquel mal rollo? Yo por lo menos salí pitando. Me largué a casa y pensé: pa eso están los que ganan papeles. ¡que lo arreglen ellos! Por mi como si se la picotea un pollo. Yo soy el que arregla el confesonario. Entonces me puse a darle vueltas a la pelota y cavilando, cavilando, dije, tate que con esta movida hay por lo menos una semanita sin currele. A ninguno se le va a ocurrir volver a menear la mierda. Yo me piro al mar. A Alicante, que hace buen tiempo de fijo. Metí un par de gayumbos en el buga, enfilé por Valdemoro y me planté en alicante ya mismo. Un tiempo de puta madre parriba. Yo siempre me lo hago de campin porque se goza más. Y con buen tiempo, ni me veas. No paro. Estoy to el día ciscando de un lao pa otro. Y mira que hice cosas esos días. Si yo te contara. Comía dabuti, en un chiringo de la playa, pescaito recién pescao. Y unas coquinas que sabían a gloria. Por las noches jugaba al billar con las nórdicas que estaban en el campin. Había una jai alemana que quería que le enseñara a coger el taco. Yo con el rollo la embracilaba y tal, pero no había punto. Porque como ella no largaba más que en doiche, y yo no entiendo ni papa de los ladridos esos, pues no me jalé un pimiento. Otra noche me fui al puticlú dal lao y una puta senrolló conmigo. No sabía cómo explicarle a su hijo lo que era una puta. Una prostituta decía la muy finolis. Y al pibe, en el colegio, los tronquetes le daban la tabarra. Con lo jodios que son los chaveas, seguro que le decían: eres un hijoputa, eres un hijoputa. Bueno, pues pa que veas, cuando llevaba cuatro días allí me entró un muermazo insoportable.

domingo, 12 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_15


      Y para colmo de males surgió el salvapatrias. El buen hombre que todos llevamos dentro, tozudo en su bondad, o armado con su bondad tozuda y se hizo cargo de la situación. Según él, nosotros debíamos tomar la decisión. Éramos los más indicados. Para decirlo con San Carnegui, éramos las personas adecuadas, en el lugar oportuno y en el momento justo. Teníamos todas las cartas en la mano, y era nuestro turno. Repito que hablo por mí mismo y estoy convencido de que los demás no compartirán todas mis opiniones, pero en aquel momento tuvimos miedo. Lo juro. Lo sentí. No un miedo físico, ni siquiera un miedo personal o profesional. Fue un miedo humano. Situacional. Fue un happening de miedo. Algo que merecería contarse en un videoacting. Un miedo denso y social que nos envolvió a todos. Incluido el prócer que, después de su arrebato, se quedó fofo y como sin forma definida. La habitación, como siempre a oscuras, sólo las luces continuamente cambiantes de los monitores, dieciséis en total, envueltos en el zumbido continuista del aire acondicionado. Las respiraciones jadeantes y entrecortadas de unos se fusionaron sin solución de continuidad con los suspiros prolongados de otros. No sé cómo puede convertirse el plomo en aire, debe ser cosa alquímica, pero lo cierto es que se convierte. Un aire inmóvil, denso y no demasiado transparente. Un aire que se tragaba la respiración. Eso fue lo que sentimos. Allí, sentados en nuestros sillones giratorios, con ruedas de fácil movilidad, envueltos en los titilantes centelleos de las consolas y los paneles de mandos, nos sentíamos en el más angosto y desnaturalizado de los mundos. El mundo de las ideas y las máquinas. Un mundo árido y frío, desolado y desolador. Nada vivo. Ni siquiera un vestigio de naturaleza. Sólo ideas y máquinas y aquel aire que pesaba sobre los hombros como una novela sin acabar. Por eso gritamos todos al unísono. Por eso estallamos en un alarido capaz de matar a un hombre. Por eso lo abandonamos todo y salimos corriendo.


      Con ligeros matices, yo podría estar de acuerdo con esa versión. Lo que dices es cierto. Para ser exacto, los hechos que has contado sucedieron tal y como los has contado. Sin embargo, creo que la interpretación que haces no es la correcta. Pero dejemos eso ahora que no es lo importante. Lo importante sucedió a continuación. Cuando todos salimos corriendo. Nunca me había sentido así. Y creo que nunca en toda mi vida volveré a sentir tanto miedo y tanto dolor juntos. Salí de allí despavoriendo. Me supe tan solo, tan jodidamente solo que busqué inmediatamente refugio en los demás. No quiero aburrirte con los detalles, pero me fui a Valladolid a casa de unos amigos a pasar la noche. Y al día siguiente, seguí huyendo. A medida que iba subiendo hacia el Norte, Nacional VI arriba, fui olvidándome un poco de todo. Atravesé los montes y los valles. Las panzas de los cerros tiñéndose de malva, rosáceo, lila y morado. El sol colándose entre nubes altas, grandes y blancas. El aire, más que transparente, cristalino. Saturado con cientillones de partículas acuosas. Justo lo que yo necesitaba. Un ambiente húmedo y cálido, como una matriz que me acogiera y me envolviera, apartándome del mundo, dejándome en suspenso. Ya veo que te ríes. ¿No te lo crees? Si. Si te lo crees. Tú has sentido poco más o menos lo mismo. Lo que no te gusta es el estilo pomposo y liricursi. Bueno, qué le vamos a hacer. Cada uno es cada uno, y seis media docena, mira éste. Pero en fin, abrevio porque veo que tienes ganas de escuchar también las versiones de los demás. Llegué a Coruña y fui feliz. Hay un bar en Coruña, al final de Concha Espina, justo encima del pequeño astillero donde pintan los barcos de poco cabotaje. Soleado y animado. Ya, ya sé, no tengo que enrollarme mucho. A lo que íbamos, fui a casa de Queca, Tim y el bonsai. Salimos a cenar y nos acostamos pronto.

viernes, 10 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_14


      Señores de la prensa, un poco de silencio, por favor. Si ustedes preguntan todos a la vez, va a ser imposible que nos entendamos. Creo que será mucho más práctico que hable yo sólo y luego, si quieren, hacen ustedes las preguntas que crean necesarias. Que quede muy claro que yo aquí no represento a nadie más que a mí mismo. Por tanto, mis opiniones lo son estrictamente personales y no comprometen en nada a ninguno de los restantes miembros del colectivo. Mi apreciación subjetiva de los hechos, es la que sigue: en pleno proceso de edición y montaje de las secuencias de una primera novela, tomada de la realidad, según dice cándidamente el autor, un tal Mário Alfates, o Alfatres, o algo parecido, aparecen unos personajes que no habían aparecido hasta entonces, y que presuntamente están relacionados con otro personaje que apareció al comienzo y con la protagonista principal de la novela, una tal Exquisita de Yeso, de escayola, no, no. De Excayola, eso es. De Excayola. Bueno, el caso es que llegó un momento en que ninguno sabíamos por donde teníamos que ir. Ninguno de los que estábamos en el turno de tarde, que se supone que es la mejor plantilla de la casa, ninguno teníamos ni la más remota idea de cual podría ser la continuación. Lo que sí teníamos cada uno de nosotros, eran deseos, por decirlo así, apetencias. Cada uno teníamos nuestro propio fin de novela. Sin decirlo, claro. El incidente con el ordenador central y la pérdida de veinte páginas del texto, sólo fue un accidente que sirvió para desencadenar la tormenta, aunque a decir verdad, la situación se había agravado bastante por dos factores que casi nadie conoce, pero que resultaron decisivos. El primero era la falta de cliente. Normalmente en un trabajo como el nuestro, los profesionales estamos al servicio del cliente. Unas veces el cliente es la agencia, y suele venir el producer, o el director creativo, o el director de arte, a veces hasta los ejecutivos. Otras veces es un cliente directo, y entonces viene él mismo, o son gente de productoras independientes, que no tienen salas propias de edición y montaje, sobre todo si quieren introducir algunos efectos de vídeo, o de imagen generada, que son máquinas caras que no puede tener todo el mundo. En fin, que siempre viene alguien que toma las decisiones, el que ha realizado la historia , o uno que la conoce bien. Pero en este caso no había cliente. Excepto las indicaciones de preproducción y el material del rodaje, no habíamos recibido nada más. Bueno, sí, la orden de trabajo decía que había que testarlo e incluir los testimoniales. Eso era lo que estábamos haciendo, cuando surgió un testimonial en el que se hacía referencia a un personaje de la preproducción, cosa que no estaba prevista en absoluto. Sin cliente que decidiera, no supimos cómo reaccionar. Se preguntarán ustedes cómo habíamos admitido una orden de trabajo en la que no estuviera especificado el cliente, pero les contestaré que en el apartado cliente decía literalmente “LECTOR”. Es decir, nos remitía al cliente último, al lector del libro. Y eso nos colocaba de nuevo en un callejón sin salida. ¿Cómo iba a poder tomar decisiones sobre el contenido de una novela el lector final de la misma?


      El segundo vector desencadenante de la crisis fue la aparición de Severo Sarduy. Una aparición que estaba prevista desde mucho tiempo antes, pero para mucho tiempo después. De hecho, en las veinte páginas ignotas se hablaba de L.A., y de Severo Sarduy. Pero se decía que era un cabo que había que dejar suelto hasta el final. Entonces, la súbita aparición de Severo precipitaba el final.

jueves, 9 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_13


      Estamos, compañeros, lectores, críticos y amigos, estamos repito, en un momento clave. Cada gesto, cada decisión, es, en estos momentos, vital. Con una importancia que supera el momento presente y marca definitiva e irreversiblemente el futuro. Debemos, antes de nada, serenar nuestro análisis, tomar conciencia de nuestra responsabilidad y después, sólo después, de haberlo sopesado concienzudamente, tomar la decisión que mejor convenga a nuestros intereses. Y es entonces cuando llega el momento de la firmeza. Defendiendo contra viento y marea, contra deseos, tentaciones y sugerencias, la pureza del destino trazado. La vía única de la decisión tomada. Así pues aprestémonos a la lucha, que no ha de ser toro manso el que nos toque lidiar. Dijo esto con énfasis notorio, el busto erguido, la voz clara y ligeramente enérgica, con lo cual, ciertamente acojonó al auditorio que no esperaba semejante andanada en tono tardofranquista. En la sala de edición sólo parpadearon los monitores. Los operadores se quedaron suspendidos en la oscuridad, las manos inertes sobre los muslos, lejos de los teclados. Nadie se sintió capaz de retomar la discusión. El prócer, perro curtido en mil y un cursos dalecarnegie, asumió satisfecho el liderazgo moral de la reunión. Poca cosa era ser líder moral de un grupito de chiquilicuatres aficionados que estaban tratando de montar su primera novela, es cierto, bien poca cosa, pero el héroe cotidiano, el héroe necesario en las juntas de comunidades de vecinos, el héroe activo que organiza el rescate de los heridos en el accidente, el héroe anónimo que devuelve los millones perdidos sin esperar recompensa, todos, todos los héroes de la mediocridad, están justificados por una causa mayor que la de su acción concreta. Les salva ser la grasa del sistema, los tres en uno de la maquinaria social. Sin ellos el mundo estaría perdido. Continuamente bloqueado por inútiles y larguísimas discusiones. Encallado en cada decisión. Sometido siempre a revisión por las minorías radicales y obtusas.


      Esa era su justificación, su orgullo, el premio conquistado por haber sabido hacerse con el control del desangelado grupo. Por otro lado, el propio desarrollo de los acontecimientos había provocado, o por lo menos favorecido, la viabilidad del golpe de mano. Desde el inicio del proyecto había estado esperando su momento. Desde la desafortunada aparición de don Pascual, él sabía que algo acabaría yendo mal. No se puede permitir, si nos referimos a un proyecto serio, claro está, no se puede permitir tamaño libertinaje. Y aquella caterva de ilusos no sólo había permitido, sino que además lo había fomentado. Capítulos como el segundo, no deberían haber tenido cabida. Y para colmo de males, la pérdida de veinte páginas, que había dejado al grupo más desorientado si cabe. Pero todo venía de donde venía. De la falta de un líder. Un hombre con una idea clara en la cabeza y los cojones en su sitio para cortar cualquier desviacionismo. Y la prueba estaba allí mismo, delante de sus narices. La mayoría de la gente, sobre todo si no han sido pasados por el dalecarnegie, se achanta a la hora de tomar decisiones. Y es entonces cuando los hombres como él son necesarios, más que necesarios, imprescindibles. Si él no hubiera estado allí para tomar las riendas con pulso firme y en el momento oportuno, nadie hubiera sido capaz de enfrentarse a la situación. Bien, dijo el prócer acompañando la expresión con una palmada en su muslo, aclaremos la situación. El sonido seco de la mano contra el muslo y el movimiento enérgico con el que se levantó, galvanizaron la oscura habitación, ya de por sí bastante cargada de efluvios electrónicos. Masas positivas y negativas chocaban en las convecciones del aire acondicionado. Las pantallas de los monitores disparaban continuas andanadas de electricidad estática. Fluorescian los tableros llenos de caracteres que parecían flotar en la oscuridad. Vayamos al nudo gordiano de la cuestión, prosiguió el prócer, ¿Qué carajos tienen que ver Villalba, C., y M.L., y don Pascual, con Operación Vídeo? ¿Alguien puede responder?

miércoles, 8 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_12


      Los autores, como la mayoría de las personas, tienen hermanos. Y los hermanos de los autores, a veces, y este es el caso, son gentiles, amables, colaboradores y optimistas.

      Cuando los autores les cuentan sus cuitas a los hermanos gentiles, amables, colaboradores y optimistas, éstos suelen tener palabras de apoyo y consuelo. A veces, y este es el caso, dan con una idea, una frase, que para ellos es normal, pero que para los autores es toda una luminaria. Es el golpe de linterna, el soplo de aire, que, en el fondo del pozo, le dice al minero atrapado por el derrumbe, que sus zozobras han terminado.
      Ahora tienes la posibilidad de escribir esas veinte páginas mejor que antes, ha dicho Pedro. Y lo ha dicho con la sencillez de quien cree en lo que dice. Por eso estamos aquí de nuevo. Por eso vamos a seguir adelante. Agradéceselo lector. Agradecele a Pedro la novela que tienes entre las manos, porque sin él no se hubiera acabado nunca. Que conste.
      Esas veinte páginas, contaban, entre otras cosas, que C., y M.L., han dado la callada por respuesta. Tampoco esperábamos mucho más. Es difícil ser objetivo cuando ves que algo te está tocando de cerca. Qué sea ese algo, no se sabe muy bien, pero se siente en las propias carnes y es imposible sacárselo de encima. C., y M.L., son parte integrante de Operación Vídeo. En la mayoría de los casos por omisión pura y simple, y en otros, como éste, porque son ellos quienes eluden el compromiso.
      Deberíamos aclarar esta secuencia. No se sabe muy bien a cuento de que viene y tampoco hay un punto de conexión para darle continuidad.
      Claro que lo hay, pero me parece que estás todavía bajo el síndrome de la amputación y no lo ves.
      Pues debemos estar todos bajo ese famoso síndrome, porque yo tampoco consigo encontrarle pies ni cabeza.
      ¿Recordáis a don Pascual, el del jardín de Villaba?
     ¿Cómo el del jardín de Villaba? Recuerdo perfectamente un tipo estrafalario que se coló de rondón en la preproducción, pero no recuerdo para nada una localización en Villaba. Es más, ese tal don Pascual salía sobre un sin-fin gris azulado. No pretenderás que a estas alturas volvamos a rodar la escena.
      Mira, guapo, lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. Con estos bueyes hay que arar y ese don Pascual se va a quedar donde está y como está. Por cierto, ¿quieres explicar de una puñetera vez que tienen que ver en este asunto el famoso don Pascual, el jardín de Villaba, C., y M.L.?